domingo, 31 de octubre de 2010

Joyas para el Avivamiento - 4

“Pero vosotros tenéis la unción del Santo, y conocéis todas las cosas.” - 1 Juan 2:20

El Espíritu Santo Espera que Pidamos y Recibamos su Poder

Precisamente antes que Jesús dejara a sus discípulos para ir a las mansiones celestiales, los animó con la promesa del Espíritu Santo. Esta promesa nos pertenece tanto a nosotros como a ellos, y, sin embargo, ¡cuán raramente se presenta ante el pueblo, o se habla de su recepción en la iglesia! Como consecuencia de este silencio con respecto a este importantísimo asunto, ¿acerca de qué promesa sabemos menos por su cumplimiento práctico que acerca de esta rica promesa del don del Espíritu Santo, por el cual ha de concederse eficiencia a toda nuestra labor espiritual? La promesa del Espíritu Santo es mencionada por casualidad en nuestros discursos, es tocada en forma incidental, y eso es todo. Las profecías han sido tratadas detenidamente, las doctrinas han sido expuestas; pero lo que es esencial para la iglesia a fin de que crezca en fortaleza y eficiencia espiritual, para que la predicación pueda llevar consigo convicción, y las almas sean convertidas a Dios, ha sido por mucho tiempo dejado fuera del esfuerzo ministerial. Este tema ha sido puesto a un lado, como si algún tiempo futuro haya de ser dedicado a su consideración. Otras bendiciones y privilegios han sido presentados ante el pueblo hasta que se ha despertado el deseo de la iglesia por el logro de la bendición prometida de Dios; pero la impresión concerniente al Espíritu Santo ha sido que este don no es para la iglesia ahora, sino que en algún tiempo futuro sería necesario que la iglesia lo recibiera.

Todas las demás bendiciones

Esta bendición prometida, reclamada por la fe, traería todas las demás bendiciones en su estela, y ha de ser dada liberalmente al pueblo de Dios. Por medio de los astutos artificios del enemigo las mentes del pueblo de Dios parecen ser incapaces de comprender las promesas divinas y de apropiarse de ellas. Parecen pensar que únicamente los más escasos chaparrones de la gracia han de caer sobre el alma sedienta. El pueblo de Dios se ha acostumbrado a pensar que debe confiar en sus propios esfuerzos, que poca ayuda ha de recibirse del cielo; y el resultado es que tiene poca luz para comunicar a otras almas que mueren en el error y la oscuridad. La iglesia por mucho tiempo se ha contentado con escasa medida de la bendición de Dios; no ha sentido la necesidad de alcanzar los exaltados privilegios comprados para sus miembros a un costo infinito. Su fuerza espiritual ha sido débil, su experiencia la de un carácter enano e inválido, y se hallan descalificados para la obra que el Señor quiere que hagan. No son capaces de presentar las grandes y valiosas verdades de la santa Palabra de Dios que convencerían y convertirían a las almas por el agente del Espíritu Santo. El poder de Dios espera que se lo pida y se lo reciba.

Una cosecha de gozo será recogida por los que siembran la santa semilla de la verdad. "Irá andando y llorando el que lleva la preciosa simiente; mas volverá a venir con regocijo, trayendo sus gavillas". El mundo ha recibido la idea, por la actitud de la iglesia, de que el pueblo de Dios es por cierto un pueblo desprovisto de gozo, que el servicio de Cristo carece de atractivo, que la bendición de Dios se concede a un costo severo a los que la reciben. Al espaciarnos en nuestras pruebas, y magnificar las dificultades, representamos falsamente a Dios y a Jesucristo a quien él ha enviado; porque la senda que lleva al cielo se la hace carente de atractivo por la lobreguez que se junta en tomo al alma del creyente, y muchos se apartan chasqueados del servicio de Cristo. ¿Pero son realmente creyentes los que así representan a Cristo? No, porque los creyentes descansan en la divina promesa, y el Espíritu Santo es un consolador así como un reprobador.

El cristiano debe echar todo el fundamento si quiere erigir un carácter fuerte, simétrico, si quiere estar bien equilibrado en su experiencia religiosa. Es de esta manera como el hombre se ha preparado para hacer frente a las demandas de la verdad y la justicia como son presentadas en la Biblia; porque será sostenido y fortalecido por el Santo Espíritu de Dios. El que es un verdadero cristiano combina una gran ternura de sentimiento con una gran firmeza de propósito, con una invariable fidelidad a Dios; en ningún caso llegará a convertirse en el traidor de las verdades sagradas. El que es dotado del Espíritu Santo tiene grandes capacidades de corazón y de Intelecto, con una fuerza de voluntad y un propósito que son invencibles.

Hermanos míos, el Salvador exige de vosotros que prestéis atención a cómo testificáis por él. Necesitáis profundizamos cada vez más en el estudio de la Palabra. Tenéis toda clase de mentes a las cuales hacer frente, y a medida que enseñéis las verdades de la Palabra sagrada, habéis de manifestar fervor, respeto y reverencia. Limpiad vuestros discursos de la narración de historias, y predicad la Palabra. Tendréis entonces más gavillas para traer al Maestro. Recordad que en vuestro auditorio hay personas que están constantemente acosadas por la tentación. Algunos están luchando con la duda, casi en la desesperación, casi sin esperanza. Pedid a Dios que os ayude a hablar palabras que los fortalezcan para el conflicto.

Testimonios para los Ministros, págs. 174-176