sábado, 10 de diciembre de 2011

“Ser grande delante de Dios”

Las gruesas gotas de sudor que caían de su estrecha frente no eran tan gruesas como las paredes de aquella húmeda mazmorra herodiana. Permaneció la tarde tirado en el frio suelo. Una gran confusión se agitaba dentro de su espíritu. Miraba alrededor y todo era soledad, penumbras y un penetrante olor a suciedad que producía nauseas. ¿Había valido la pena? El bautista se recostó de la pared y con la cara ente sus manos trataba de identificar la circunstancia de su vida donde había fallado. ¿Qué parte del plan él no había entendido? ¿Había sido infiel al cometido sagrado de preparar el camino al Mesías? Las dudas como saetas envenenadas hacían blancos perfectos en su mente. Algo no había salido bien – pensaba – mientras se acurrucaba tembloroso sobre sus tobillos.

La muerte con guadaña en mano partía el silencio de aquella fatídica noche. Acabaría con la vida de un profeta. “y mas que un profeta “– dijo Jesús -. Pero ¿qué salisteis a ver? ¿A un profeta? Sí, os digo, y más que profeta. (Mateo 11:9)

Siempre me ha inquietado la vida de Juan el bautista. Lleva impresa algo de misterio y muchas inquietudes emanan de la forma como termina abruptamente su vida.

Hoy nos proponemos adentrarnos un poco en la biografía de uno de los hombres que mejor encarna la humildad de Cristo, con la finalidad de confrontarlos con nuestra vida y liderazgo ministerial.

1. Entre los que nacen de mujer.

Muy pocos padres en la Biblia recibieron la visita de Gabriel para hacerle saber que tendrían un hijo. El Padre de Juan, Zacarías, fue uno de ellos. Fue Dios mismo quien escogió el nombre de su hijo y le estableció su visión de vida:

1) Será grande delante de Dios.

2) Será lleno del Espíritu Santo.

3) Hará que muchos de los hijos de Israel se conviertan al Señor Dios.

4) Irá delante de él con el Espíritu y el poder de Elías, para hacer volver los corazones de los padres a los hijos, y de los rebeldes a la prudencia de los justos;

5) Para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto. (Lucas 1:13-17)

“Juan el Bautista tuvo una obra especial para la cual nació y para la cual fue elegido: la obra de preparar el camino del Señor… Su ministerio en el desierto fue un notabilísimo cumplimiento literal de la profecía.” – (MS 112, 1901)

2. ¿A un hombre cubierto de vestiduras delicadas?

Juan el Bautista se caracterizó por la sencillez en el vestir y el comer. Escogió como escenario de vida el desierto, donde podía estar en contacto con la naturaleza. Lejos del bullicio y la mala influencia de las ciudades se convirtió en un alumno en la escuela de Cristo, la escuela de la humillación propia. No eran sus vestiduras delicadas, sino ordinarias y rústicas. Debía fijar sus ojos lejos de la ostentación mundana.

¿O qué salisteis a ver? ¿A un hombre cubierto de vestiduras delicadas? He aquí, los que llevan vestiduras delicadas, en las casas de los reyes están. (Mateo 11:8)

Y Juan estaba vestido de pelo de camello, y tenía un cinto de cuero alrededor de sus lomos; y su comida era langostas y miel silvestre. (Mateo 3:4)

Como pastores necesitamos entender la estrecha relación de nuestros hábitos en el vestir y el comer con la dependencia de Dios y la espiritualidad. Al respecto necesitamos volver al Señor en obediencia. Debemos aprender a vivir para agradar a Dios y no a nuestros propios cuerpos.

Estoy convencido que lo que no aprendamos por las buenas, Dios en su misericordia nos lo enseñara a través de duras pruebas.

“Juan se estaba capacitando mediante las privaciones y las dificultades para disciplinar de tal manera todas las facultades físicas y mentales, que pudieran sostenerse entre las gentes tan inconmovible frente a las circunstancias como las rocas y montañas del desierto que lo habían rodeado durante treinta años”. (2SP, 47).

3. Mi mensajero.

La misión del Bautista estaba dada desde su nacimiento milagroso. Debía preparar el camino delante del Mesías. Era una obra desafiante y determinada en la profecía de Isaías:

Voz que clama en el desierto: Preparad camino a Jehová; enderezad calzada en la soledad a nuestro Dios. Todo valle sea alzado, y bájese todo monte y collado; y lo torcido se enderece, y lo áspero se allane. (Isaías 40:3,4)

Jesús mismo reconoció públicamente el fiel cumplimiento de la misión del Bautista al declarar:

Porque éste es de quien está escrito: He aquí, yo envío mi mensajero delante de tu faz, El cual preparará tu camino delante de ti. (Mateo 11:10)

Cuando pienso en la fidelidad del Bautista a la misión me sorprende el hecho que toda su vida era cumplimiento de la misma. Es decir todo lo que Juan era y hacía estaba íntimamente ligado a su cometido. Si tomáramos figurativamente un bisturí e intentáramos dividir la vida y la misión de Juan el Bautista no encontraríamos fisura donde iniciar el corte porque ambas eran una misma cosa.

Juan vivió para cumplir su misión y cuando finalizó su trabajo públicamente fue a parar incomprensiblemente a la mazmorra de Herodes el tetrarca.

4. ¿Eres tú aquel que había de venir, o esperaremos a otro?

Y al oír Juan, en la cárcel, los hechos de Cristo, le envió dos de sus discípulos,
para preguntarle: ¿Eres tú aquel que había de venir, o esperaremos a otro? – (Mateo 11:2,3)

Con preguntas como estas hería su corazón. La soledad de la cárcel y la perspectiva de una posible intercesión de Jesús para lograr su libertad, hicieron mella en su fe. Allí estaba el enemigo listo a tentarlo y afligirlo.

Son nuestros propios prejuicios y expectativas los que generan muchas veces las dudas y tentaciones.

Juan recordaba como se había manifestado la paloma y la voz del cielo en ocasión del bautismo de Jesús, sin embargo sus viejos esquemas mentales de un libertador judío y su deseo de libertad resultaron en dudas insondables. Se vio en la agobiante necesidad de enviar a sus discípulos en busca de una respuesta directa de parte de Jesucristo.

Esto no inquieto a Jesús en lo mínimo. Sólo pidió a los discípulos de Juan que se quedaran con él todo aquel día y luego los envió de vuelta a su maestro.

5. Será grande delante de Dios

Al volver sus discípulos a la presencia de Juan el Bautista con las buenas nuevas de un día testimonio directo de parte del Mesías de Israel, la fe de éste se fortaleció para la prueba final.

Y Herodes… “ordenó decapitar a Juan en la cárcel”. (Mateo 14:10)

Es aquí donde mi mente no entendía la razón del desenlace fatal para el profeta del desierto.

Si Juan había sido fiel al cumplimiento de su misión ¿Por qué padeció tal muerte? Siempre me pareció injusto de parte de Dios. Sin embargo he llegado a comprender que el Señor tiene otra manera de medir el éxito de sus siervos.

Para la razón humana el éxito siempre va asociado a una gran recompensa terrena o a la abundancia materialista. Sin embargo para Dios el éxito no es otra cosa que el cumplimiento exacto de su voluntad en la vida de sus hijos.

Es decir, la muerte de Juan el Bautista para muchos podría ser un rotundo fracaso. Pero para Dios no fue sino la culminación feliz de una vida cumpliendo fielmente un propósito sagrado.

Este concepto dio paz a mi corazón. Era un pastor que no veía sentido a su ministerio y que en muchas ocasiones los resultados de mi trabajo no “testificaban” de la presencia o aprobación de Dios.

Entendí que Dios estaba trabajando en mí adentro para transformar mi carácter y asemejarlo al de él. Me hacía morder el polvo seco del “fracaso” para que aprendiera a depender de él y no de mis propios talentos y capacidades administrativas.

Es allí, en el banco de carpintería del corazón humano, donde Dios trabaja para hacernos ver que la virtud más importante del liderazgo ministerial es la humildad, la negación propia.

Fue en esas mañanas de angustias y búsqueda cuando llegó frente a mis ojos la historia de Juan el Bautista y su final y estas reveladoras citas de la sierva del Señor:

No es la cantidad de trabajo que se realiza o los resultados visibles, sino el espíritu con el cual la obra se efectúa lo que le da valor ante Dios. PVGM, 329 (el énfasis es nuestro).

Y comprendí que lo más importante es como lo ve Dios y no como lo ve el hombre. Fue allí donde entendí que necesitaba asegurarme que mis motivaciones para el trabajo pastoral debían ser santas y no terrenas.

El mira para ver cuánto del Espíritu de Cristo abrigamos y cuánta de la semejanza de Cristo revela nuestra obra. El considera mayores el amor y la fidelidad con que trabajamos que la cantidad que efectuamos. PVGM, 333 (El énfasis es nuestro)

Otro de las verdades que Dios me mostró fue lo egoísta que estaba siendo y lo dañino de mi yo en el cumplimiento del deber.

No es la cantidad de tiempo que trabajamos, sino nuestra pronta disposición y nuestra fidelidad en el trabajo, lo que lo hace aceptable a Dios. En todo nuestro servicio se requiere una entrega completa del yo. El deber más humilde, hecho con sinceridad y olvido de sí mismo, es más agradable a Dios que el mayor trabajo cuando está echado a perder por el engrandecimiento propio. (Ibid)

La naturaleza humana está siempre luchando para manifestarse, lista para la contienda; pero el que aprende de Cristo, se despoja del yo, del orgullo, del amor a la supremacía, y hay silencio en el alma.

¿Quién no busca reconocimiento? ¿Quién no procura sobresalir o figurar? Sólo basta ser humano para buscar estas cosas. Muchos van detrás de un nombramiento, un ascenso o una promoción. Pero Dios no nos da lo que nosotros creemos que es mejor, sino lo que necesitamos para pulir nuestro carácter. Nuestro yo debe ser sometido a la ministración de la Tercera Persona de de Deidad, Dios El Espíritu Santo. Él sabrá qué hacer con nosotros.

El yo es puesto a la disposición del Espíritu Santo. No estamos ansiosos, entonces, de tener el puesto más elevado. No tenemos ambición para abrirnos paso y figurar; en cambio, sentimos que nuestro más elevado lugar está a los pies de nuestro Salvador. (DMJ 19, 20)

Sin duda alguna que necesitamos de la humildad de Cristo. Las pruebas y las privaciones son los métodos que Dios usa para arrancar la mala hierba del egoísmo humano. Necesitamos aprender cada día en la escuela de Cristo.

Tan sólo cuando el egoísmo está muerto, cuando la lucha por la supremacía está desterrada, cuando la gratitud llena el corazón, y el amor hace fragante la vida, tan sólo entonces Cristo mora en el alma, y nosotros somos reconocidos como obreros juntamente con Dios. (PVGM, 333)

Quiera Dios reconocernos como sus obreros fieles, como Juan el Bautista cuya muerte llevaba implícito el designio de Dios. Fue una muerte cargada de éxito. Era parte del plan de Dios a la espera de una recompensa visible. Fue grande delante de Dios. (Lucas 1:15).

Jesús lo ratificó al expresar: De cierto os digo: Entre los que nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el Bautista…. (Mateo 11:11)

A pesar del aparente fracaso humano.